miércoles, 19 de noviembre de 2008

En bici y sin riesgos



Carta de lectores, publicada en diario La Nación el 18 de noviembre de 2008

Bicicletas

Señor Director:
Las autoridades de la Ciudad Autónoma están tomando algunas medidas para administrar el uso de uno de los bienes públicos porteños más demandados y relativamente escasos: las calles. Se han dispuesto carriles exclusivos para ómnibus y taxis; tramos de algunas calles se transformaron en paseos peatonales. Resulta evidente que es preciso avanzar en esa dirección y, como han hecho otras grandes urbes del mundo, desalentar el uso de automóviles particulares en las zonas más atestadas y durante ciertas franjas horarias.
También es indispensable que se adopten medidas para estimular el uso de la bicicleta como medio de transporte. Hay ya ciudadanos que se aventuran a bicicletear hasta sus trabajos o sus lugares de estudio y muchísimos más los imitarían si hacerlo no implicara una alta dosis de riesgo.
Las sendas peatonales existentes, o están permanentemente invadidas si se trata de franjas dibujadas en los bordes de avenidas, o son segmentos aislados en distintos puntos de la ciudad, concebidos fundamentalmente con fines de recreación.
De lo que se trata es de que, quien así lo desee, pueda viajar en bicicleta sin peligro de muerte y sin solución de continuidad de norte a sur y de este a oeste de la ciudad.
Para esto simplemente es necesario asignar una red de calles (digamos: una de cada diez paralelas y perpendiculares a Rivadavia) al uso exclusivo para bicicletas entre, por ejemplo, las 6 de la mañana y las 8 de la noche, con tránsito de doble mano y una onda verde de señalización adecuada a la velocidad media de ese medio de transporte.
Los automovilistas particulares perderían, además de los carriles exclusivos para ómnibus y taxis, un 10 por ciento del stock de calles a su disposición. Es decir, se desestimularía el uso del automóvil, al aumentar la carga horaria de sus desplazamientos. Esto requiere, simultáneamente, que la ciudad asuma la autonomía en lo que hace a la administración del transporte público para ampliarlo, mejorarlo y agilizarlo.
Los ciclistas, por su parte, para seguir los trayectos de calles exclusivas deberían resignarse a algunos desvíos obligados a cambio de un incremento marcado de su seguridad vial. El balance general registraría amplios beneficios en materia de administración vial y salud pública.

Jorge Raventos
jaraventos @ yahoo.com.ar

viernes, 7 de noviembre de 2008

En subte hasta Agronomía

Una propuesta al Jefe de Gobierno

En marzo de 2008 le hice llegar una nota al Ingeniero Mauricio Macri, sugiriéndole la posibilidad de extender la línea B de subterráneos hasta el borde noroeste de Agronomía. Hubo una respuesta y un tercer mensaje, que aquí se reproducen.JR

"
Por muy poca plata y en muy poco tiempo la ciudad puede inaugurar una ampliación de subte que lleve una de las líneas en principio hasta muy cerca de la General Paz.
Se trata de vincular directamente la Línea B con el Ferrocarril Urquiza: el tren y el subte tienen la misma trocha y, en los orígenes, el concepto se centraba en que las formaciones del tren penetraran en el túnel y llegaran hasta el Correo Central. Hay que poner en práctica ese antiguo proyecto haciendo correr por las mismas vías (en el tramo que va desde Nazca y Gutemberg (actual estación Beiró) el subte B (terminal en Correo Central) y el tren (que tiene terminal en Federico Lacroze y Corrientes).
La mayor parte de ese trecho el ferrocarril la recorre actualmente casi sin cortes de barreras: hasta llegar a la primera, atraviesa unos ochocientos metros en paralelo con el cementerio de la Chacarita, después de esa tiene una barrera más hasta ingresar en la zona de la Facultad de Agronomía y recién aparece otra a la altura de la Avenida Francisco Beiró; la última barrera está a la altura de Nazca.
Puesto que la existencia paralela de subte y tren aumentaría la frecuencia de cierre de la barrera, las obras que habría que encarar son las de túneles o puentes bajo o sobre las vías en esos cuatro puntos, de modo de facilitar el tránsito vehicular.

Encarar la iniciativa desde el subte le permitiría a la ciudad ampliar rápidamente su jurisdicción sobre la esfera del transporte: el subte es el único medio sobre el que la ciudad de Buenos Aires tiene algún grado de autonomía (colectivos y trenes los gobierna Nación).


Por supuesto la iniciativa tendrá obstáculos comerciales a salvar (negociaciones entre la empresa de subtes, los concesionarios ferroviarios con los que habrá que negociar alquiler de vías y coordinación de horarios sin excluir eventual asociación), discusión sobre precio del boleto extendido del subte y obras que faciliten la operación. Pero se puede avanzar casi hasta el límite de la Capital ahorrándose lo más arduo, caro, lento y molesto, que es hacer los túneles de un subte.

Llegar con la línea B hasta Nazca abre, a futuro, la perspectiva de una línea de circunvalación que una la estación Virreyes de la línea E, la de Nazca y Rivadavia de la línea A ( que pronto se inaugurará) , esta de la B y eventualmente Congreso de Tucumán en la línea de la zona norte".


La respuesta del Ingeniero Macri

Estimado Sr. Raventos:

Por indicación del Ing. M. Macri, le retransmitimos la respuesta a su nota sobre el tema Subtes, preparada por el Ing. Roberto Agosta, del equipo del Sr. Mauricio.

Atentos saludos.

A. Moschini
(Secretaría Privada)




Buenos Aires, 31 de marzo de 2008

Estimado señor Raventos

Me dirijo a usted para acusar recibo de su propuesta relativa a la extensión de la Línea B del Subte hasta la estación Beiró, situada en Nazca y Gutemberg, sobre la línea ferroviaria Urquiza, compartiendo la Línea B y dicho ferrocarril la vía en el sector entre la estación Federico Lacroze y la referida estación Beiró.

Como usted bien lo señala, la propuesta concuerda con el plan original de la Línea B efectuado por la antigua concesionaria Lacroze. Sin embargo, en las condiciones actuales en que la Línea B está siendo extendida hasta Villa Urquiza, su realización ofrecería más inconvenientes que ventajas.

En efecto, la Línea B pasaría a operar con dos terminales, una en Villa Urquiza y otra en la estación Beiró, y los trenes hacia el Centro deberían salir alternativamente de una u otra. Con un servicio en la hora pico cada 2 minutos y medio, resultaría que cada terminal y las respectivas estaciones intermedias serían atendidas con solamente un tren cada 5 minutos. En las horas valle y nocturnas, o bien los sábados o domingos, cuando el intervalo entre trenes pasa a ser entre 4 y 6 minutos, resultaría que cada terminal sería atendida con un intervalo doble, o sea entre 8 y 12 minutos. Tales intervalos son excesivamente amplios para un servicio del subterráneo.

Otro inconveniente importante es que al compartir las vías ambos servicios (Subte y ferrocarril Urquiza), inevitablemente las irregularidades en uno de ellos repercutiría sobre el otro. Cualquier tren del ferrocarril demorado 2 o 3 minutos, lo que en un servicio suburbano que se extiende sobre 25 kilómetros es normal, y que se considera dentro de la puntualidad, podría tener una repercusión muy severa sobre los servicios del Subte, afectando a las dos ramas en que la Línea B se dividiría. Por ejemplo, un incidente ferroviario menor en Martín Coronado alteraría toda la regularidad del servicio de la Línea B, y en particular sobre el (ahora) ramal a Villa Urquiza.

Por último, en la estación Beiró debería construirse una o dos vías nuevas, para poder independizar la maniobra de los trenes del Subterráneo (que deberían invertir su marcha en esa terminal), de la circulación de los trenes del ferrocarril Urquiza, porque esa maniobra no puede razonablemente hacerse sobre las vías principales de circulación. El espacio existente en donde hoy está la estación Beiró no es suficiente para acomodar estas instalaciones, sin mencionar que además habría que ampliar los andenes, dado el importante transbordo que se produciría entre ambos sistemas. Habría que expropiar propiedades frentistas de la calle Gutemberg o bien relocalizar la estación Beiró en los terrenos de Agronomía situados al este de la avenida homónima.

A pesar de considerar, por los motivos enunciados, que el proyecto no es conveniente, deseamos hacerle llegar nuestro agradecimiento por su iniciativa, quedando a su disposición para darle cualquier explicación adicional que considere necesaria.

Saludamos a usted muy atentamente.


Roberto Agosta


La (pen)última palabra



Estimado ingeniero Agosta:

Les agradezco al Ing. Macri y a Usted la consideración otorgada a mi propuesta, que no pretendió tener consistencia técnica –en materia de subterráneos, sólo me dediqué a viajar en ellos-, sino apenas lo que estimé economía y sentido de la oportunidad.

No imaginaba, claro está, que llevar esa idea a cabo careciera de inconvenientes o de costos. Creía, eso sí, que unos y otros serían muy inferiores a los que impone perforar parte de la ciudad y construir bajo tierra durante meses: leo en los medios que una ampliación de 40 kilómetros en la red supone una inversión de 2.500 millones de dólares (cifra que, conjeturo, terminará siendo mayor cuando se le sumen imprevistos). Mi propuesta se refiere a 6 kilómetros, un 15 por ciento de aquella extensión y creo que el presupuesto que demandaría sería mucho menos que el 15 por ciento de aquella suma.
Daba yo por supuesto que, en la idea del Lacroze/B, habría que realizar obras: espacios para maniobras y mantenimiento, por ejemplo. Me pareció que, además de la calle Gutemberg que usted menciona, existía la posibilidad de trabajar, desvíos mediante (de superficie o subterráneos) en terrenos aledaños de la Facultad de Agronomía, que ésta no emplea (Nazca y Avenida San Martín hasta casi Beiró) o que concesiona (hay un amplísimo terreno alquilado a un vivero, justo donde las vías cruzan Beiró). Usted señala acertadamente que se podría "relocalizar la estación Beiró en los terrenos de Agronomía situados al este de la avenida homónima".
Comprendo su objeción sobre los intervalos en trenes, aunque me gustaría analizar lo siguiente.
a)¿No se podría bajar el intervalo en horas pico de 2 minutos y medio a 2 minutos o uno y medio?
b)En cualquier caso, aun si no pudieran reducirse los intervalos, el alargamiento que usted señala afectaría un poco al público del tramo de extensión Lacroze-Urquiza, no afectaría en nada al público tradicional (Lacroze-Alem) y sin duda beneficiaría a un amplio sector que contaría con un servicio nuevo (desde terminal Beiró). No sé cómo hacer, en ese caso, una contabilidad de perjuicios y beneficios.
c)En relación con los intervalos en horas no pico, se me ocurre que la solución es más sencilla y pasa por abreviar la frecuencia, así sea con trenes más cortos.
d)El tema de los eventuales inconvenientes recíprocos que se pueden provocar tren y subte es un asunto fuerte, sin duda, y no imagino otra respuesta que mayor coordinación, mejor mantenimiento y reducción de las eventualidades. En otros países esa reducción se consigue muy marcadamente, y a emular esos ejemplos se apunta cuando se dice que "va a estar bueno Buenos Aires", estoy seguro.

Disculpe que estos comentarios suenen a insistencia o terquedad, pero en verdad sigo considerando que esa extensión sería un acierto y demandaría costos muy inferiores a los que reclama la (por otra parte indispensable) creación desde cero de nuevas líneas.

Cordialmente,

Jorge Raventos

viernes, 24 de octubre de 2008

Para una historia del Barrio (I)

Edición: Cristina Noble & Jorge Raventos

Un bautismo tardío

¿Cuándo nació el Barrio de Agronomía?
El nombre sugiere una aproximación obvia: en 1901 el gobierno nacional (Julio Argentino Roca en su segundo período presidencial) decidió ceder terrenos para crear una Estación Agronómica con Granja Modelo y Escuela de Agricultura. En una Argentina que ingresaba al siglo XX como gran potencia agroganadera, no había en la ciudad ni en muchos kilómetros a la redonda ninguna escuela pública de asuntos agrarios. La más cercana era la Escuela Superior de Santa Catalina (que se transformaría más tarde en Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad Nacional de La Plata).
Había terrenos, pero aún no había Estación Agronómica. Recién el 19 de agosto de 1904el Ministro Agricultura Wenceslao Escalante creó el Instituto Superior de Agronomía y Veterinaria, expandiendo la idea original: de “escuela” a “Instituto Superior”. La resolución administrativa se adelantó unas semanas al hecho concreto: el Instituto fue inaugurado el 25 de Setiembre de 1904 (foto) y pasaría a ser Facultad de Agronomía y Veterinaria en 1909.
Hubo pompa en esa inauguración: Roca y Escalante, acompañados por muchas otras personalidades llegaron al predio del Instituto en trenes especiales “fletados desde la estación Chacarita”. Entre los asistentes estaban, claro, los primeros 40 flamantes alumnos inscriptos en el establecimiento.
En ese momento el Instituto tenía, en rigor, sólo dos edificios concluidos; otros dos pabellones se encontraban en desarrollo y estarían listos al año siguiente. El resto era descampado.
Así, la institución que le dio nombre al barrio nació en el primer lustro del siglo XX. Sin embargo, el barrio la precedía.
Quizás sea exagerado hablar de barrio para esos años. En realidad, había vida en la zona aunque a medio camino entre lo rural y lo urbano: potreros de propiedad estatal o privada, tambos, cultivos de verdura , montes de frutales , zanjas y alambrados, caminos quebrados, alfalfares, hornos de ladrillo. Había también quintas de gente adinerada, rodeadas por amplios terrenos. Y había, aquí y allá, algunas casitas que se fueron multiplicando con el tiempo, a medida que se desplegaban los medios de transporte: el tranvía o el ferrocarril.
Ese poblamiento incipiente había sido estimulado, hacia 1874, por los debates que políticos e higienistas libraban en Buenos Aires sobre la necesidad de proyectar grandes parques en la ciudad, al estilo del Central Park de Nueva York. Domingo Faustino Sarmiento impulsaba la creación de un gran parque en Palermo, en los terrenos que habían pertenecido a Juan Manuel de Rosas. Los médicos Eduardo Wilde y Guillermo Rawson, prestigiosos higienistas, bregaban por su parte por desarrollar un gran parque del Oeste en la zona más alta de la ciudad (25 metros sobre el nivel del mar), a seis kilómetros del centro, en terrenos que en su mayor parte pertenecían al Estado. La ciudad de Buenos Aires tenía aún un límite informal pero notorio en el arroyo Maldonado y los terraplenes improvisados que buscaban moderar sus desbordes. No era sencillo cruzar el arroyo. El centro de la ciudad crecía impetuosamente hacia sus bordes, pero el mundo suburbano delimitado por el arroyo no tenía ni luz eléctrica ni calles, sólo caminos y senderos que atravesaban sembradíos, descampados, bañados, lagunas y algunas casas que iban moteando el paisaje. Los títulos sobre esas tierras eran, en general, dudosos. La idea de usar esas extensiones para parquizarlas y transformarlas en pulmones de recreación era visionaria.


De la Chacra de los Jesuitas a la Chacarita de los Colegiales

El 24 de octubre de 1580 Juan de Garay premió a aquellos que lo habían acompañado en su travesía desde Asunción del Paraguay, algunos meses antes, con un reparto de chacras. Fueron sesenta y cinco los otorgamientos sobre la costa del río. Tomando como punto de partida la cruz de San Sebastián (ubicada donde hoy se encuentra la sede formal de la Cancillería, el Palacio San Martín) las tierras cedidas llegaban hasta lo que hoy es San Fernando. Esas chacras tenían entre 400 y 600 varas (320 a 500 metros) de frente y una legua ( unos 5.500 metros, 55 cuadras) de fondo. Luego, en el año 1630, estas tierras pasaron a manos de la Orden de los Jesuitas. Los jesuitas habían llegado a Buenos Aires en el 1608, con la misión de predicar el cristianismo y trasmitir la cultura de los hispanos. La orden recibió una decena de "suertes principales", es decir, lotes de terrenos nacidos del primer reparto, a las que años más tarde se anexaron otras 10. Todas formaron parte de una inmensa posesión, que llegaba hasta la actual localidad de Ramos Mejía. Esa vasta extensión de unas 2700 hectáreas fue conocida como Chacra de los Jesuitas. En 1767 los jesuitas fueron expulsados por Carlos III (“He venido en mandar extrañar de todos mis Dominios de España e Islas Filipinas y demás adjacentes a los Regulares de la Compañía, así Sacerdotes como Coadjutores o Legos que hayan hecho la primera profesión y a los Novicios que quisieren seguirles. Y que se ocupen todas las temporalidades de la Compañía en mis dominios”) y las tierras fueron confiscadas y pasaron a manos del estado; por ese motivo numerosas instituciones estatales y municipales se ubicaron allí; ese fue el caso del Colegio Nacional (antecedente directo del actual colegio Nacional Buenos Aires). En el segundo Gobierno de Juan Manuel de Rosas se vendieron a particulares muchos de los terrenos, lugar de huertos y sembradíos. Decenas de agricultores se afincaron allí para producir hortalizas, cereales, y "paja de Guinea", usada por los morenos escoberos. En manos del Colegio Nacional de Buenos Aires sólo quedaron 350 hectáreas. Como los alumnos del Nacional pasaban sus vacaciones en la zona, la vieja Chacra de los Jesuitas pasó a ser conocida como la Chacarita de los Colegiales, nombre generador de nombres de dos barrios porteños. Un tercer barrio (el Rawson, corazón de Agronomía) también se iba a desarrollar sobre un pequeño pañuelo triangular de aquellas vastas tierras de la chacra de los Jesuitas (ver recuadro). Pero recién iba a asumir su fisionomía madura cuando hubiera avanzado el siglo XX.

La influencia de la fiebre amarilla

Rawson y Wilde (fotos) insistían en la necesidad de preservar reservorios de esparcimiento y buen aire para los porteños. También reclamaban obras sanitarias, desagües, limpieza.
Para entender el énfasis de sus campañas es preciso recordar que en 1874 Buenos aires recién se recuperaba de los efectos de la brutal epidemia de fiebre amarilla que dejo millares de muertos y cambió la fisonomía de la ciudad.
Buenos aires era una ciudad sucia, con basura arrojada a la calle y basurales a cielo abierto; zanjones nauseabundos recibían los desechos que surgían de los retretes hogareños, que contaminaban las capas de aguas subterráneas. No había cloacas, electricidad, limpieza ni prácticamente, agua corriente. Las lluvias convertían las calles en barriales y las esquinas en lagunas de fango en las que pululaban moscas y mosquitos.
Una epidemia de cólera había dejado un saldo de 1500 muertos en 1867. Y tres años más tarde, legado de la guerra de Paraguay según muchos, comenzó a mostrar sus huellas la fiebre amarilla: 200 muertos en 1870, casi 600 en 1871.
Un tercio de la población emigró de la ciudad; San Telmo, el barrio de las familias de pro, se despobló y la mayoría de las familias se mudaron a la zona norte, a La Recoleta o quintas alejadas. El gobierno decretó un extenso receso administrativo; por supuesto no había clases en las escuelas y los comerciantes bajaron las persianas de sus negocios.
La epidemia afectó a 60.000 personas y dejó un saldo de casi 15.000 muertos. Señal de cómo estaba cambiando la ciudad: sólo un tercio de las víctimas fatales eran argentinas: 3397. El resto ( 9.646) eran extranjeros: 6201 italianos; 1608 españoles; 1384 franceses; 220 ingleses 233 alemanes y 571 extranjeros no discriminados.
La luctuosa emergencia obligó a habilitar un cementerio en la Chacarita. Para poder llegar hasta el Cementerio con mayor rapidez se incorporó un tramo del Ferrocarril del Oeste; convoyes cargados con ataúdes partían de la Estación Bermejo (la Estación Fúnebre, la llamaban), en Corrientes y Jean Jaures. El “tren de la muerte” recorría su triste camino hasta Chacarita en algo más de 15 minutos.

El Parque del Oeste

Con esa historia reciente, era razonable que la cuestión de la salubridad pública se convirtiera en una prioridad y que los discursos y escritos de hombres como Rawson y Wilde contaran con enorme repercusión en la opinión pública.
Sin embargo, todavía faltaba para que la idea del Parque del Oeste comenzara a concretarse.
En 1880 la ciudad fue conmocionada por los graves enfrentamientos que precedieron la federalización de Buenos Aires: miles de muertos se contaron en los choques entre las tropas nacionales y los guardias porteños de Carlos Tejedor. El presidente Nicolás Avellaneda se refugió en el pueblo de Belgrano, convertido en capital transitoria del país. Avellaneda acuarteló sus tropas en la Chacarita, lugar donde tenía su residencia, y desde allí, al mando de Carlos Pellegrini, las tropas nacionales se enfrentaron con el ejército de la Provincia. La "Ley Capital", en ese mismo año, dio fin a toda disputa. Por sus disposiciones, los terrenos de Belgrano y Flores, más una buena parte de las antiguas posesiones jesuíticas, se incorporaron al ejido urbano.
Ese mismo año, apenas federalizada la ciudad de Buenos Aires, el intendente Torcuato de Alvear dispuso hacer “en el Oeste”, el “gran parque Central de la ciudad del porvenir”. No avanza demasiado ,más allá de los planes, y los vuelve a reiterar en 1884: " ... es necesario organizar imprescindiblemente (...) al Oeste de la ciudad...". En 1887 se decreta al fin la creación del parque: “este gran paseo prestará, en un día no muy lejano , importantes servicios higiénicos a la población de la capital , porque si bien hoy esta situado en una zona relativamente despoblada , es hacia ese rumbo que se extiende con predilección aquella".
La demora en concretar los proyectos tenían sus motivos: los terrenos que se quería destinar al parque en muchos casos estaba ocupados ilegalmente, los juicios por desalojo eran interminables. Ya había en lo que unos años más tarde sería el barrio Agronomía, muchos ocupantes que laboraban quintas y chacritas. La zona empezaba a subdividirse, en parte regularmente, en parte fuera de la ley.
Muchos ocupantes eran puesteros , quinteros y productores de gran envergadura comercial, como los casos de Santiago Rolleri, Fortunato Capurro, Agustín Badaracco y Antonio Devoto, todos ellos propietarios del Mercado de Abasto Proveedor , que comenzó sus actividades en 1889, y en el que se venderán verduras y frutas producidas en las tierras litigiosas.
En 1890 el gobierno encomendó al ingeniero agrimensor José María Bustos una mensura de los terrenos que quedaban de la vieja Chacra de los Jesuitas. En 1891, ya Carlos Pellegrini como presidente, se aprobó la misma y se estableció que los terrenos que no tenían títulos se declararan de propiedad de la Nación.
La ciudad experimentaba cambios decisivos en el paso del siglo XIX al XX: la población se incrementaba por obra de la inmigración (un millón de personas y creciendo) y se gestaban nuevos barrios. Se iba afianzando una neta diferenciación entre el centro y los suburbios que recibían nuevos asentamientos.
Los barrios tradicionales de la ciudad eran: San Telmo (primitivamente conocido como Alto de San Pedro), San Juan (alrededor del templo de ese nombre, de Alsina y Piedras), Catedral al Norte, Catedral al Sur, San Nicolás, La Piedad, Concepción, Monserrat, Recoleta y el Retiro, zona de quintas y barrancas; a ellos se fueron agregando otros que venían de ser pueblitos provinciales (Flores y Belgrano) y los suburbios de esos pueblos (Floresta, Caballito, Pompeya, Nuñez, Coghlan, Saavedra, Villa Urquiza). Agronomía no figuraba aún en el listado.
En marzo de 1893 se retomó el tema del Parque del Oeste: una Comisión de Parque y Paseos Municipales aconsejó al Intendente Bollini " formar un amplio bosque en los terrenos de la Chacarita (…) a fin de dotar a la población de un nuevo y extenso paseo publico”. También aconsejó un nombre para ese futuro parque: “Podría denominarse Parque Rawson." Muy seguramente en homenaje a quien fuera su primer inspirador.
Ocho años después, sólo existía un plano del posible Parque del Oeste. El Director porteño de Parques y Paseos había dedicado sus esfuerzos mayores a otros emprendimientos. Ya había concluido un primer grupo de grandes plazas y parques: Constitución, Plaza San Martín, el Parque Tres de Febrero con su Botánico y su Zoológico, el Paseo Intendente Alvear , las Barrancas de Belgrano, los parques de Saavedra al norte y Lezama al Sur y la Plaza del Once al oeste.
La realidad avanzaba impetuosa mientras los planes y los planos se sucedían sin que ello se tradujera en realizaciones. El desarrollo de la Universidad marchó paralelo y fue muy veloz. Los litigios con los ocupantes ilegales de terrenos constituían un obstáculo importante para el avance de la construcción. Como la reapropiación de los terrenos se fue dando de a poco, no hubo una planificación general de los mismos, y cuanta nueva institución publica requería ubicación iba a parar a esas tierras de aparente disponibilidad. De esa manera se fueron asentando en los predios de la vieja Chacarita de los Colegiales : el Cementerio del Oeste , los hospitales Alvear y Tornú, el Instituto del Cáncer , los asilos Garrigos, de Contraventoras y San Martín, depósitos del ferrocarril, la mencionada facultad, escuelas , clubes y núcleos dispersos de viviendas, todo lo que otorgo al barrio el carácter heterogéneo que mantiene.
La futura Facultad de Agronomía constituyó un núcleo expansivo: a su alrededor la infraestructura del barrio concentró mejoras, como un núcleo concentrador, impulsó una serie de mejoras en la infraestructura del barrio. Las calles circundantes mejoraron, muchas fueron adoquinadas; y adoquinaron, sobre la actual Avda. Chorroarín se contruyó una estación del Tranway Rural a Vapor (foto) (años más tarde, ferrocarril Urquiza) y las chacras y quintas fueron acompañadas cada vez por más viviendas. Para esta época en las vecindades ya había comenzado el remate de las 50 manzanas de la llamada " Ciudad Feliz ", que luego se denominaría Villa del Parque, cuya estación de ferrocarril se inauguro en 1907. El parque al que hacía referencia el nombre era el Parque Agronómico, el parque del Oeste, ese sueño.

El nacimiento de Villa del Parque

Durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas algunas de las tierras que habían pertenecido a la vastísima Chacra de los Jesuitas fueron alquiladas y también vendidas en sumas menores a oficiales rosistas. Después de Caseros, muchas de esas propiedades fueron transferidas, entre ellas Luego de la caída del régimen rosista las tierras que nos interesan fueron pasando de manos por ventas, sucesiones, herencias, etc. Dos décadas después del triunfo de Urquiza más de un centenar de hectáreas del cuartel 5 del partido de San José Flores se encontraban en manos de un inmigrante genovés llamado José Cambiasso, casado con María Casanova. Sus tierras lindaban por el sur con un paraje conocido como Monte Castro y por el norte con el camino a San Martín y el camino conocido como Tres Cruces.
En 1892, tras la muerte de José Cambiasso y María Casanovas, uno de sus doce hijos, Antonio Cambiasso heredó la mayor parte de las tierras y les agregó otras lindantes. A principios del siglo XX, unas cincuenta hectáreas, loteadas en 1300 parcelas, comenzaron a ser vendidas por la firma de martilleros Guerrico y Williams. Los lotes se ofrecían a la venta en 60 cuotas mensuales, a precios que rondaban 1,50 pesos la vara cuadrada (0,7 metros cuadrados). La publicidad prometía alumbrado eléctrico, tranvía y ferrocarril. Y, aunque la luz eléctrica tardó en beneficiar a los nuevos pobladores, el ferrocarril llegó en agosto de 1907. La estación quedó emplazada a un kilómetro de una de las entradas a la Facultad de Agronomía y representó una mejora notable para toda la zona. Un año más tarde, el 8 de noviembre de 1908, los vecinos más importantes se reunieron y formaron la Sociedad Fomento de Villa del Parque, motivo por el cual esa fecha es considerada el nacimiento formal del barrio.
La presencia de la estación de ferrocarril y el vecindario congregado por el loteo de Guerrico y Williams desplazaron el eje de desarrollo de la zona: las casas y quintas que bordeaban por el sur la facultad de Agronomía quedaron por algunos años como una suerte de suburbio norte de Villa del Parque, más rural, menos concentrado.


Del otro lado del parque

Por el lateral norte del instituto agronómico corría otro ferrocarril. Fue en ese en el que se trasladaron el presidente Roca, su ministro Wenceslao Escalante y sus acompañantes el 25 de septiembre de 1904 para inaugurar la futura Facultad. Ese tren, que a partir de 1906 tomaría el nombre de Ferrocarril Central de Buenos Aires y medio siglo más tarde el de Ferrocarril Urquiza, heredaba trayectos del viejo tramway rural tirado por caballos y de su reemplazante, el tramway rural a vapor que se había inaugurado en 1892. En 1884 –primera presidencia de Roca- se aprobó la propuesta de los hermanos Federico y Julio Lacroze para emplear el sistema de tranvías en la comunicación con la zona rural de Buenos Aires. Los Lacroze tenían experiencia en tranvías: desde 1868 explotaban la compañía de tranvías urbanas Tramway Central, una de cuyas líneas llegaba a los suburbios de Chacarita. El tramway rural empezó a funcionar en 1886 y cuatro años más tarde pasó a propiedad de la empresa Anglo Argentina, aunque Federico Lacroze quedó a cargo del manejo, como administrador general. La inversión inglesa (dos millones de aquellas libras) permitió extender las líneas y ampliar el negocio. En 1891 se introduce el tranvía a vapor y se deja de lado la tracción a sangre.
En 1904 se incorpora la tracción eléctrica. Ese mismo año se inaugura una estación sobre la calle Chorroarín: Parada Agronomía. Con el tiempo, la estación tomaría el nombre de Pedro Arata, primer rector de la Facultad y el hombre que insistió hasta conseguir de los Lacroze que la establecieran. Los grandes coches de 4 ejes de la compañía Lacroze partían de Corrientes y Reconquista, circulaban por la avenida Corrientes realizando el mismo trayecto de las líneas urbanas y al llegar a Chacarita pasaban a las vías del Ferrocarril Central, convirtiéndose en un servicio suburbano ferroviario con paradas establecidas.
La estación del Lacroze en la calle Chorroarín ayudo al crecimiento de ese sector de la zona de Agronomía, pero nunca ejerció la misma atracción ni el mismo impulso que los que impuso la estación Villa del Parque en el otro borde de la Facultad.

Un barrio de casas baratas

En 1904 Alfredo Palacios, un joven abogado socialista, es electo diputado por la circunscripción de La Boca. Las ideas sociales acompañaban el formidable crecimiento económico que era evidente en Buenos Aires, y también la presencia de una nueva clase trabajadora de origen inmigratorio. El propio gobierno de Julio Argentino Roca acompaña esa necesidad: ese mismo año se publica un informe solicitado por el Presidente a Juan Bialet Massé, El Estado de las Clases Obreras Argentinas.
Por impulso de esa atmósfera intelectual un año más tarde es sancionada la ley 4.824, primera norma destinada a regular programas de vivienda social. De resultas de esa ley se construyen algunos barrios destinados a viviendas de trabajadores (Butteler, Patricios). En 1911, otra ley (8172) autoriza al Banco Hipotecario a otorgar créditos para la construcción de viviendas y cuatro años más tarde, auspiciada por dos diputados cordobeses vinculados a los Círculos Católicos de Obreros –Juan P. Cafferata y Arturo Bas- , será aprobada la Ley Nacional de las Casas Baratas, que se propone «…dotar al obrero, al empleado y a los hombres de escasos recursos de una vivienda cómoda e higiénica, financiándoles un alquiler barato y aun la posible adquisición de la misma…». La ley promulga la creación de una Comisión Nacional de las Casas Baratas. y determina las características constructivas de las viviendas (materiales, dimensiones, normas de ventilación e iluminación, etc. Merced a esa Ley, habrá de construirse, a la vera de la Facultad de Agronomía, el Barrio Rawson. Pero todavía faltan unos años.
Hacia 1914, el viejo proyecto del Parque del Oeste se iba achicando, pues el Estado cedía terrenos con otras finalidades. Un predio de 4 hectáreas y media le fue entregada a la Academia Nacional de Medecina, con destino al establecimiento de un Instituto de Oncología. Otra amplia extensión se había otorgado para la construcción del Hospital Alvear. Un plano de la ciudad elaborado durante la breve intendencia de Arturo Gramajo en 1916 dibuja la zona de Agronomía tal como era entonces: ya aparecen el Hospital Alvear y el Instituto del Cáncer, las vías del Ferrocarril Central del Pacífico y la estación Villa del Parque. Sobre Chorroarín todavía está pintada la laguna grande; y la parada del ferrocarril de Lacroze. La facultad, entretanto, ha concluido todos los edificios de su primera etapa de crecimiento.
Junto al camino a San Martín, en algunas calles y pasajes han empezado a instalarse viviendas. Pero las autoridades municipales encuentran trabas para abrir calles e impulsar una mayor urbanización, en parte por las usurpaciones de tierras (que paulatinamente van siendo resueltas) y en buena medida por la subsistencia de auténticos latifundios, que serán combatidos con un fuerte incremento de las tasas sobre todos los terrenos que excedieran una manzana. Esa medida alentó la subdivisión y los loteos y favoreció el trazado de calles.
Hubo que esperar hasta 1927 para que empezara el sueño del Barrio Rawson. Por entonces, un amplio descampado rodeado por algunas casas y por el límite de la Facultad de Agronomía estaba ocupado por una cancha de fútbol en la que se lucían los muchachos locales de Rawson Fútbol Club. Precisamente allí la firma alemana que ganó el concurso de la Comisión de Casas Baratas diagramó la placita central del futuro barrio, pensado sobre un pequeño triángulo territorial de unos 20.000 metros cuadrados. El proyecto, inspirado en un barrio suizo, preveía 104 casas individuales resueltas en dos plantas y techo de tejas a varias aguas, simpáticos chalecitos de estilo normando. Las casas y la trama intrincada de las calles que proponía el proyecto le otorgaban al conjunto un aire simpático y pintoresco. Las viviendas se ofrecían por un sistema similar a lo que hoy se conoce como leasing: un pago mensual que jugaba como alquiler o como cuota de adquisición. Si el comprador no quería continuar en la vivienda el pago se transformaba en alquiler y si optaba por continuar eran cuotas para la posesión del inmueble.
La primera etapa del proyecto demandó cinco años, entre 1928 y 1933: entonces fueron entregadas todas las viviendas individuales proyectadas. A ellas se agregarían, nueve bloques de viviendas colectivas diseñadas en tiras, con 72 departamentos en total, flanqueadas por amplísimos jardines . Esta fase concluyo en 1934 y el 8 de febrero fue inagurado oficialmente el Barrio Rawson.